Miércoles, 15 de Diciembre de 2010
El burguesía desarrolla sus empresas de puertos
Caracas, 15 dic. 2010, Tribuna Popular Nº 183.- Queda dicho que a lo largo del gobierno bolivariano, y pese a todos los cambios ocurridos en la sociedad venezolana, las características fundamentales de nuestra economía han permanecido inalterables.
Un rasgo decisivo que se mantiene sin cambios favorables en los últimos 12 años, es el formidable desbalance que existe entre nuestro volumen de producción de bienes y servicios, y nuestro volumen de consumo y comercio. En suma, las y los venezolanos, desde hace décadas, compramos y consumimos muchísimo más que lo que producimos.
Y en años recientes, este desbalance no sólo no se ha corregido sino que ha venido acentuándose, a consecuencia tanto del creciente nivel de consumo de nuestro pueblo como del estancamiento del aparato productivo nacional. Reconocemos que lo primero tiene un lado positivo, pues se asocia con la indiscutible mejoría que ha experimentado en la llamada «V República» la capacidad de compra de la mayoría popular (aunque a menudo orientada hacia un consumismo indeseable). Pero lo segundo revela una persistente incapacidad para superar nuestras debilidades estructurales y avanzar hacia el pleno desarrollo económico.
De allí el resultado insatisfactorio de nuestra balanza comercial: debido al enorme volumen de nuestras importaciones de todo lo que consumimos y no producimos, y al casi nulo volumen de nuestras exportaciones no petroleras, el saldo neto de nuestro comercio es desfavorable con casi todos los países con los que hacemos negocios.
De los 115 países socios comerciales de Venezuela sobre los que el Banco de Comercio Exterior (www.bancoex.gob.ve) publica información detallada, apenas 37 nos compran más que lo que nos venden, y en 28 de estos casos el saldo favorable se debe a las exportaciones petroleras (los otros nueve representan en conjunto 0,3% del total de nuestro comercio exterior). Sólo gracias a las grandes compras de hidrocarburos de esos 28 países, el balance general del comercio internacional venezolano se mantiene en terreno positivo.
El Gráfico 1 muestra la evolución del valor de las importaciones y las exportaciones de nuestro país, según datos del Banco Central de Venezuela (www.bcv.org.ve). Desde luego, las exportaciones no petroleras son y han sido históricamente muy inferiores tanto a las exportaciones petroleras como al total de las importaciones, hecho de sobra conocido. Pero a partir de 2003 esos desbalances negativos han venido agudizándose: el valor de las exportaciones no petroleras se ha mantenido relativamente estable dentro de un rango de 5 a 8 millardos de dólares al año, mientras el valor de las importaciones se duplicó en 2005, se triplicó en 2006, y se cuadruplicó en 2007, hasta alcanzar un máximo de casi 60 millardos de dólares en 2008.
Si en 1997 la relación entre el valor de nuestras importaciones y el de nuestras exportaciones no petroleras era de 2,8 a 1, en 2009 esa relación llegó a ser de casi 10 a 1. Y por otro lado, el peso de las exportaciones petroleras como porción del total de las exportaciones del país ha crecido con velocidad parecida: en 1997 las exportaciones petroleras nos daban 2,8 dólares por cada dólar producido por el conjunto de las demás exportaciones, en 2008 esa relación llegó a ser 11,7 por 1, y al cierre de 2009 se mantuvo en 10,9 por 1.
En suma, hoy somos más monoproductores (de petróleo, por supuesto), más omniimportadores (de casi todo, incluyendo buena parte de nuestros alimentos), y más dependientes de los vaivenes de los mercados internacionales que en los años finales de la «IV República».
Empresariado «de puerto»
El panorama se torna más sombrío si analizamos los totales de comercio exterior en términos de los sectores institucionales que ejercen ese comercio. Al examinar cuánto de nuestras exportaciones y nuestras importaciones corresponde a las empresas y entes del sector público, y cuánto a las empresas privadas, nos topamos con un hecho que reafirma la tesis central de esta serie de artículos: el sector privado se está enriqueciendo cada vez más, y lo está haciendo a expensas del Estado.
Veamos. El Gráfico 2 nos muestra el saldo comercial internacional neto de cada sector, esto es, el resultado de la resta de las exportaciones de cada sector menos sus importaciones, año por año, en millones de dólares a precios corrientes, también según datos del BCV. Lo primero que salta a la vista es que el saldo del sector público es y siempre ha sido positivo, mientras que el del sector privado es y siempre ha sido negativo. Lo segundo, es que la brecha entre ambos sectores se agrandó rápidamente durante los años del «boom» petrolero (2004-2008).
Tras el final de ese «boom», el Estado es responsable por casi 95% del total de las exportaciones venezolanas, y a los empresarios privados corresponde casi 76% de las importaciones. Pero puesto que los empresarios privados no son capaces de ganar por sí mismos los dólares necesarios para tal volumen de importaciones, no queda duda de que la mayor parte de éstas son hechas con los dólares obtenidos por el Estado petrolero. Esto pone en evidencia una vez más que el Estado está transfiriendo por diversos mecanismos porciones masivas de la riqueza pública al empresariado privado. En suma, es el Estado petrolero quien gana la mayoría de nuestros dólares, pero es la empresa privada parasitaria y rentista quien los gasta.
¿Y en qué los gasta? ¿qué importaron esos empresarios en 2008 con los 40 millardos de dólares que el Estado les entregó? Podríamos suponer que entre sus prioridades estaría la adquisición de bienes de capital necesarios para aumentar sus capacidades productivas y avanzar hacia una economía desarrollada. Pero entre los primeros 100 rubros de importación especificados por BANCOEX, se cuentan 19 clases de alimentos que deberíamos producir nosotros mismos, 15 de aparatos electrónicos y electrodomésticos (televisores, acondicionadores de aire, teléfonos, equipos de sonido, neveras, computadoras), 10 de automóviles y sus partes, 9 de manufacturas textiles y de calzado, 8 de insumos para la industria petrolera, 7 de suministros médicos, 6 de vehículos de carga y transporte general, 5 de manufacturas generales, 3 de partes para instalaciones eléctricas, y sólo 18 de insumos presumiblemente destinados al desarrollo de la industria nacional (que suman en conjunto apenas un 7% del total de nuestras importaciones).
Todo esto nos lleva a reconsiderar las características del actual régimen de control de las divisas. Aunque estamos convencidos de que el control de cambio es una necesidad y debe mantenerse indefinidamente, algunas modificaciones parecen necesarias a la luz de lo que venimos analizando. Carece de sentido someter a las y los venezolanos de a pie a un engorroso procedimiento burocrático para comprar unos pocos dólares para un viaje o una urgencia familiar, mientras al empresariado importador-comerciante se le otorgan decenas de millardos de dólares al año que, lejos de servir al desarrollo nacional, sólo contribuyen a enriquecerlos a ellos y a estimular nuestro ya monstruoso consumismo. ¿No habrá maneras más eficientes de proteger las divisas de la República? ¿qué tal un ente único y centralizado de importaciones que gaste esos dólares con estricto apego a las prioridades de un plan nacional de desarrollo?
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